Hijo del corazón de la montaña
Y de la nieve de la excelsa cumbre,
¡Qué hermoso el río que mis campos baña,
Y pasa con su eterna mansedumbre!
Sobre su lecho de menuda arena
En la heredad se duerme silencioso,
Y al irse de mis campos siente pena
Y sus olas le gimen un sollozo.
La verde grama su rivera alfombra,
Le dan los sauces su tranquila sombra
Y las aves su canto de ternura.
Cuando en él quiebra el astro su reflejo
Semeja a la distancia enorme espejo
Tembloroso, en un marco de verdura.
Agustín Cuesta.
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